- Una conocida amigurumista nos mostró entusiasmada unas revistas de los años 70 en las que ya salían muñecos de crochet y a dos agujas: ¡Mirad, ya había amigurumis entonces…!
- Claro, siempre los ha habido. Pero antes de que los japoneses exportaran la palabrita amigurumis por el mundo, se llamaban genéricamente “muñecos de trapo”. De tela, de hilo, de lana, de algodón, de arpillera, de saco, hechos con las bolsas de las patatas, con los restos de una tapicería vieja, con la ropa que se le quedaba pequeña a Nana, con la almohada apolillada, con retales, con los últimos colores del cesto de las lanas.
- Muñecos regionales, religiosos, de paseo, grandes, medianos y hasta broches para colocar en la solapa en la verbena del pueblo a esa novieta que te gustaba más que un palo duz. Y eso me recordó una vieja historia familiar.
- Durante la guerra civil española, del 36 al 39, el dinero no valía nada. En el Madrid abandonado por el gobierno de la República a su suerte y sitiado por los Nacionales que acabarían por ganar esa guerra, la gente empezó a practicar el trueque. Necesitabas tener algo que cambiar, algo que el vecino quisiese a cambio de un puñado de lentejas, de garbanzos, un pedazo de tocino, o aquel tesoro imposible de conseguir: un huevo. Mi abuela comenzó a tejer muñequitos de ganchillo para poner en la solapa.
- Parece mentira que en plena guerra, mientras caían bombas, se producían paseos nocturnos que acababan con un reguero de fusilados en las tapias del cementerio, y los sueños más felices tenían forma de pan blanco, la gente disfrutara con aquellos “amigurumis” que tejía mi abuela. Pero lo cierto es que el niño de diez años que era mi padre, y la tata -que tendría poco más de quince-, se iban al metro a venderlos. Y volvían con su precioso cargamento de subsistencia para nueve o diez de familia, y demás “acogidos” en la casa.
Sí, muñecos de crochet y punto, muñecos de trapo, o simplemente vestiditos para esos pepones de madera, ha habido siempre. Y estamos encantados de continuar con esa tradición que, desde luego, no inventaron los japoneses.
