Grannys, esos revoltosos cuadraditos.
No hay un motivo real para que los cuadraditos granny resulten tan fascinantes. Cuando tu mirada tropieza con uno, algo instintivo que debe ser parecido a la famosa llamada de la selva te retrotrae al olor del hogar. Se llaman «de la abuela» porque no importa la variedad de formas y colores, de latitudes o paisajes, no hay diferencias culturales en esto: todos hemos tenido un pañito que por sí mismo representa la esencia familiar. Yo tenía un amigo emigrante, avezado y duro lobo de mar, que dormía con un paño de cocina sobre la almohada porque así se transportaba al lejano regazo de su madre para conciliar el sueño. Ojalá entonces me hubiera dado cuenta del poderoso influjo de un granny square para haberle sustituido el pringoso trapo por un cojín de multicolores ganchillazos.
Cuatro colores, todos iguales, todos distintos. Fáciles, graciosos, decorativos, incluso útiles. Cuando te sobran unas hebras de hilo y media hora que perder dándole a la aguja, no hay nada más relajante ni evocador que tejer un granny. Con ellos puedes hacer amigurumis también:
Estas son algunas muestras de cuando estaba aprendiendo la técnica. Son imperfectos, pero chulos. Y en estos ejemplos todavía no necesitaba esa magia de convertir un círculo en un cuadrado. Pero una vez adquirida esa facultad ya pude hacer mi buho guardabolsas:
En esta ocasión os traigo un bolsito de niña con un granny en la tapa, otro en forma de corazón pendular y una granny de verdad, yo, tejiéndolo.